28 de julio de 2010

Las bicicletas son para los alemanes

Estaba cambiando esta tarde los frenos de mi vieja Fischer cuando recordé el que en su día fue el post más popular del anterior intento fallido de este blog. Así que a falta de inspiración y de ganas para escribir algo nuevo he decidido tirar de congelador y recuperar el relato que escribí hace más de tres años.

Paradojas de la vida. Sigo teniendo esta bicicleta y la utilizó más que nunca. Y hasta cambio ruedas o frenos sin montar un drama. Contra todo pronóstico ha conseguido durar más que mi coche y es mi principal medio de transporte, aunque creo que ya va siendo hora de comprar una nueva.

Así que señoras y señores, recién rescatado de un backup...

Las bicicletas son para los alemanes
(publicado por primera vez el 28 de Abril de 2007)


Ahora que llega el calorcito no hay nada como empezar a usar la bici para ir a cualquier sitio, rollito Verano Azul al poder. Sin ir más lejos hace unos días temprano por la mañana, estaba yo de camino al trabajo y según iba acercándome me fuí encontrando y juntando a otros compañeros. Lo que empezó como un rutinario viaje en solitario se acabó convirtiendo  en una mini multitud de 4 bicicletas, yendo a paso burra entre charlitas y risas. Super-alemán. Super-azul. ¡Chanquete vive!

Ahora bien como todo, las bicicletas tienen un lado oscuro... Especialmente cuando te compras una que vale menos de 100 euros. Y he aquí la primera lección importante:

Regla #1: NO seas rata. No te compres una Fischer, por muy barata que sea. Gasta un poco más y compra algo decente que sea digno de llamarse bicicleta.

Mi historia para no dormir empezó hace más o menos un mes, el día en que uno de los pedales de la bicicleta que llevaba atado con cinta aislante acabó por romperse completamente. Parecía un tema menor, pero era el inicio de nueva etapa en la que mi bicicleta iba a estar menos disponible que una conexión wireless al vecino con una lata de Pringles.

Regla #2: Si algo en tu bici va mal no lo dudes, pronto irá peor y se romperá en el momento que más lejos estés de casa a donde tendrás que volver arrastrando la mula. Mejor prevenir que arreglar.

Como la cosa parecía sencilla me compré un par de pedales nuevos e intenté cambiarlos por mi mismo. Craso erro. Casi me parto yo la mano pero los tornillos de los pedales no hicieron el más mínimo amago de moverse.

Regla #3: Si no tienes ni puta idea NO lo arregles tu mismo. Busca un profesional.

A pesar del fracaso no me rendí y me llevé la bici al trabajo dónde esperaba encontrar la herramienta y la persona perfecta para sacar mis viejos pedales y poder poner así los nuevos. Tras varios intentos con un par de llaves prestadas y uno de mis colegas de redes australiano,  hubo que desistir y aceptar que la única opción era llevar mi montón de chatarra a una tienda. Dicho y hecho. Dos alemanes grandotes con una llave de medio metro fueron capaces de sacar los pedales viejos, aunque les costó lo suyo. Y además lo hicieron gratis. Prometo comprarles la próxima bici cuando la mía se desmonte definitivamente (lo que intuyo ocurrirá muy pronto). Y he aquí la cuarta y más importante regla:

Regla #4: Para arreglar una bici necesitas las herramientas correctas. La mejor herramienta es un Alemán. Saben de bicicletas más de lo que tu puedes llegar a aprender en toda tu vida. Nacieron montados en una. Tuvieron las asignaturas "La bici, tu amiga" en el colegio, "101 operaciones básicas de mantenimiento de bípedos" en el instituto y por supuesto "Fahrrad Fundamental I" y "Advanced maths for bike tuning" en la universidad.

Yo era feliz con mi bicicleta recién arreglada. O al menos fui feliz por cinco minutos. Los cinco minutos que tardé en volver de la tienda de bicicletas al trabajo y ver que la rueda trasera estaba perdiendo aire de forma descontrolada. Mayday, mayday. Houston tenemos un problema.  ¡Hemos pinchado! Resumiendo que aparqué la bici en el curro y ese día volví a casa andando. Como castigo a la madre naturaleza por semejante putada decidí contribuir de forma activa al calentamiento global utilizando el coche para ir a trabajar durante casi dos semanas.

Y llegó el día D, en el que yo llegué al curro armado con una mochila llena de herramientas, cámaras y parches para realizar lo que se antojaba como una simple operación de cambio de rueda trasera. Nunca lo había hecho antes pero no podía ser muy difícil... a las 19.00 empezó la pesadilla que acabó 2 horas más tarde conmigo arrastrando la bicicleta hasta casa.

Sacar la rueda fue fácil. Esta vez tenía la llave adecuada. Sacar la cámara y ver que no estaba pinchada sino que sólo estaba mal cerrada y que por eso perdóa aire fue sin duda alguna la parte más humillante. Pero por dignidad ya no podía echarme atrás así que opté por cambiar la cámara por una nueva. El problema fue volver a meter la rueda en su sitio. Fue una dura batalla de 45 minutos. Nacho contra la máquina. Todo fue más sencillo cuando aprendí la técnica y abandoné la fuerza bruta. Pero la cosa no acabó aquí. Dado que mi bomba es tan cutre como mi bici (o incluso más, por algo la regalaban al comprar la bicicleta) y que mi técnica de hinchado es la misma que se utiliza para tocar la zambomba, tardé otros 30 minutos en completar la tercera operación trivial de la tarde.

Y entonces llegó el momento de la verdad. Me monté y eso hacía un ruido feo, feo, feo.  ¡Ah! Y la rueda apenas se movía, pecata minuta. Tras intentar mover el cubre barros con el que se golpeaba la rueda, desistí. Apliqué la regla #4 y me llevé la bici arrastras hasta casa dónde le pedí ayuda a Martin, uno de los YGT alemanes que es vecino mío. En tres minutos reajustó la rueda, hinchó ambas a una velocidad de vértigo y hasta le sobró tiempo para transferirme algo de su sabiduría y enseñarme a coger una bomba con un estilo un poco más decoroso y mucha más efectivo que el mio.

Ahora sí, era feliz.

Pero la vida es puta. El mundo es un lugar muy cruel. Y al día siguiente, 20 horas después, se partió la biela. Se dobló como si fuera mantequilla. Con la cesta cargada hasta los topes y a quince minutos de mi casa. No sabía si llorar, si descojonarme o si empezar a gritar en alto ¡Chanquete ha muerto! ¡Chanquete ha muerto!



Me lo he tomado con humor. He llevado la mierda de la Fischer a la tienda, con lo que creo que ya he arrastrado la bicicleta por todo Darmstadt. Está en garantía pero con lo cutres que son no me sorprendería si pegan la biela con Superglue. Mientras tanto Martin me ha dejado su bicicleta vieja, así no tengo que renegar del cambio climático. Ni de Chanquete.

2 comentarios:

Andres Garcia dijo...

Para tu próximo viaje a Islandia, a ver si la pones a punto...
http://urriellaislandiaenbicicleta.blogspot.com/

Andrómeda dijo...

Aunque ya leí tu entrada entonces, te dejo un comentario porque da la casualidad de que la publicaste el día de mi cumpleaños. Así aprovecho para recordarte cuándo es ;P.

Un abrazo desde un poco más cerca.