Tome una hoja de papel en blanco y un bolígrafo (una pluma, para los amantes de lo clásico). Antes de escribir nada, haga el propósito de ignorar su sentido común. Se ha acomodado y no le aconsejará nada útil hasta que no consiga despertarlo de nuevo.
Sujete el bolígrafo (o la pluma) firmemente. No ceda ante la creciente sensación de vértigo. Empiece por los formalismos y luego déjese llevar. No deje de lado la cortesía ni olvide un "cordialmente suyo" para despedirse.
Doble la carta con sumo cuidado. Introduzcala en un sobre. Respire profundamente, sienta el aire fresco llenándole los pulmones. Entregue la carta a quien corresponda.
Vaya a dar un paseo al parque. No se moleste en pensar que hacer a partir de ahora, tiene todo el tiempo del mundo para decidirlo. Sonría. Note la todavía tenue excitación de una vida que empieza a revolverse de nuevo. Sonría otra vez y ya no deje de hacerlo.
Recuperando un viejo texto escrito hace ya más de tres años (en plena resaca de "Cronopios y Famas"), el día que me dio por dejar mi trabajo de Computer Systems Engineer y me lancé a la aventura, sin saber muy bien dónde iba a terminar. Si en ese momento me hubieran dicho que el azar iba a ponerme rumbo a Mercurio nunca me lo hubiera creído.
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