13 de febrero de 2014

Fortuna

No es que tuviera pánico a volar. Ni siquiera era miedo a la muerte, pues hacía muchos años que había asumido que en esta vida llega un momento en que uno se muere sin más. No, lo que realmente le angustiaba cada vez que se subía a un avión era la remota posibilidad de morir junto a un perfecto desconocido, de pasar los últimos instantes de su vida junto una vieja histérica o un americano obeso y sudoroso con olor a patatas fritas.

Por eso el día en que el motor derecho del Boeing 737 en el que viajaba explotó en plena fase crítica de despegue se sintió afortunado. Muy probablemente, Olga, la joven pelirroja violinista sentada en el asiento de al lado, no compartiera ese entusiasmo. Murieron abrazados.


2 comentarios:

Fran dijo...

Se debe sobreentender que Olga era de pechos generosos.

Anónimo dijo...

dese luego, lo que hay que hacer para pillarse una pelirroja violinista...