4 de julio de 2011

Punto de inflexión

Hasta ahora nunca había hablado aquí de la vida nocturna en Alemania, como mucho de sus consecuencias. En contra de tópicos y estereotipos la noche sí existe para los alemanes y hasta uno podría afirmar que saben divertirse si sabes donde buscar. Tal vez no quemen las naves cada noche como si la crisis nunca hubiera existido, puede que algunas mujeres cometan atentados eligiendo zapatos, quizás no tomen chocolate con churros o cañas con torreznos al amanecer para poder llegar frescos al brunch de la una, pero los alemanes salir, salen.

Basta con observar atentamente una noche cualquiera para entender que el sistema es el mismo aquí, que en un garito de Madrid o que en una islita de Indonesia. Todo se reduce a la misma lucha fundamental por la supervivencias de los genes que ha marcado los designios de la humanidad desde tiempos ancestrales. Beber, hablar, tontear, coquetear, seguir bebiendo, seducir como paso previo (a veces opcional) a meter el morro, bailar o intentarlo, hacer la cobra con maestría, y, cuando el fracaso y el Sol amenazan con hacer acto de presencia, armarse de alcohol valor y jugar esa última carta desesperada para conseguir el polvo que salva una noche, ya sin listones ni criterio, que los alemanes acertadamente llaman Resteficken (y hasta tienen una canción sobre el tema). En resumen y como dirían los anglosajones, business as usual.

Sin embargo mis últimas observaciones desde la barra del bar (aunque no por ello carentes de método y rigor) me han llevado a descubrir un fenómeno nuevo y posiblemente genuinamente alemán que he dado por bautizar como la anomalía Clérigo-Betamesky (los nombres rusos siempre dan relevancia a los teoremas).

Es de dominio público que la proporción mujeres/hombres, a la que me referiré simplemente como “ratio” a partir de ahora, es siempre menor que uno. Lo saben los que se dejan la piel cada noche en terribles antros buscando el amor. Y lo saben los dueños de los bares que han probado todas las técnicas imaginadas y por imaginar para atraer féminas a sus locales (con la esperanza de que el efecto llamada atraiga hordas de machos y pingües beneficios). Que el ratio decrece a medida que progresa la noche es un conocido corolario de trivial demostración y que dejo como ejercicio al lector.
Escaleras del Centralstation convertidas en terraza de verano

Sin embargo existe una singularidad, una deformación del espacio/tiempo, donde dicha la regla universal no se cumple. El lugar se llama Centralstation y está aquí en Darmstadt. En contra de toda creencia, noche tras noche mis medidas han reportado sistemáticamente un ratio significativamente mayor que uno (más menos dos sigma de error incluido). Si los sentidos no me engañan cada sábado las mujeres dominan el cotarro: en la tarima, en la barra, en el ropero y en la pista de baile. Allá donde uno mira, la mágica relación se materializa.

Cabría esperar que no fuera más que una anomalía temporal que acabará por ser resuelta por la ley de la oferta y la demanda aplicada a un mercado dónde se cumplen las premisas de información perfecta e instantánea gracias al avance de las redes sociales. Pero no. El paraíso se mantiene cada noche siguiendo reglas bien establecidas y rigurosos horarios.

Es en este punto dónde el análisis matemático puede proporcionar una sustancial ventaja evolutiva. Nada es gratis o al menos no para siempre. Y es que el ratio, que en sus momentos de gloria puede superar la barrera psicológica y erótica del dos, alcanza su máximo local y global entre la 1:45 y las 2:00 de la mañana. A partir de aquí empieza una vertiginosa caída que recuerda al Lunes Negro del crack del 29 y puede dejar el ratio por debajo del 0.4, valor  medio de cualquier bar vallisoletano a lo largo de la noche.

Lo importante sin embargo es la segunda derivada. El punto de inflexión. El cambio de tendencia. El mágico momento en el que la tasa de variación positiva del ratio deja de acelerarse para empezar a frenarse. Lo esencial es invisible a los ojos que escribiera Antoine de Saint-Exupéry en el Principito. Pero ese preciso instante, que siempre ocurre a la una y trece de la mañana (¿estamos ante una nueva constante universal?), es el punto óptimo que maximiza los beneficios. La inequívoca señal para arriesgarlo todo o retirarse a tiempo y volver con la dignidad del que ha perdido una guerra pero no la batalla.

Sé que estas revelaciones sorprenderán a más de uno pero mi obligación moral era compartirlas para quien pueda sacar algún provecho. No se olviden del punto de inflexión en su próxima salida. Otros seguiremos hasta altas horas de la mañana haciendo derivadas en la barra (por el progreso de la ciencia) con la tonta esperanza de que las mejores cosas de la vida suelen quedar al margen de las estadísticas.

1 comentario:

Fran dijo...

El verdadero puntillo está en describir splines en los bares