Al principio no prestó demasiada atención. Aún así, buscaron, aturdidos por la emoción de la primera vez, el mando a distancia entre las sábanas durante un par de minutos para encontrarlo finalmente en el cajón del escritorio. Las televisiones de los hoteles acostumbran a tener vida propia.
Más sorprendido quedó cuando ella acepto su invitación para cenar en su casa y el portátil se encendió inexplicablemente tres veces aquella noche, siempre en los momentos más inoportunos. Seguro que fueron algunas de esas actualizaciones automáticas, menudo incordio pensó él.
Pero no fue hasta las cuarta o quinta cinta cuando empezó a preocuparse realmente. El microondas se puso en marcha solo y no hubo manera de apagarlo. Ella sonreía desnuda a su lado mientras él se afanaba en mover el armario para acceder al enchufe y poder desconectar el electrodoméstico maldito. ¿Era por eso que en su ático de 20 metros cuadrados no había más que una colchón en el suelo, una mesa y montones de libros? razonó por primera vez.
Si la cosa no hubiera ido a más tal vez podría haberlo ignorado. Al fin y al cabo todo el mundo tiene sus manías y peculiaridades. Ocurrió tras el que, incluso décadas después, definió como el polvo de su vida. El informe de los bomberos lo achacó todo a una cazuela olvidada en el fuego, omitiendo el hecho de que la vecina llevaba una semana de vacaciones. Todo quedó en un susto y no hubo que lamentar grandes daños.
Ese día, ante la necesidad de tener que aceptar lo inaceptable, de asumir que hay cosas a donde no llegaba su método científico, optó por la única alternativa razonable. Nunca volvió a ponerse en contacto con ella.
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