28 de julio de 2011

Amor lineal


Me gustaría querer como quieren las personas normales. Con calma y paciencia. Saber dejar que el roce haga el cariño. Construir algo juntos cada día y día a día.

Siento envidia de todas esas parejas que se abrazan en silencio en los bancos del parque. Que hacen la compra de la mano en el supermercado. Que se casan. Que se enfadan y reconcilian sobre una fina telaraña de guiños y complicidades.

Pero a mi me enseñaron a querer a trompicones. A amar en silencio. A construir nuestro castillo cada tarde en la playa y dejar que el mar se lo lleve cada noche y nunca hablarte de ello.

Tendré que empezar a aceptarlo. Mis manos son torpes y sólo saben abrazarte a destiempo. Tendrás que empezar a aceptarlo. Únicamente se querer como los niños pequeños, sin control ni filtros ni márgenes para tácticas ni estrategias. Pero también sin mentiras ni reparos ni fronteras.

25 de julio de 2011

Noticias frescas desde el huerto

Por petición popular, en vista del éxito del post sobre el huerto y del interés mostrado por la gente, he tomado un par de fotos en mi última visita. Parece que tanta lluvia, aparte de arruinar el verano, les hace bien a las plantas, que están enormes (¡y muy jugosas!).

El campo del HortoFunClub
 La cosa grande del fondo son Wirsing, uno de los muchos tipos de coles típicas de Alemania

Al parece de la flor salen calabacines.
El predador natural de las flor de calabacín es el italiano, que hacen de ellas una rica tempura :-)

 El vecino

Primera mini-calabaza. Halloween se acerca...

La cosecha del día: un hinojo, judías y objeto redondo comestible no identificado

21 de julio de 2011

Si Europa se rompe yo me voy

Hoy es un día clave. Desde que Europa se fundó, siempre ha habido agoreros y carroñeros vaticinando su fin. Nunca les he prestado demasiada atención, es la misma canción repetida una y otra por aquellos a los que les gustaría que Europa fracasara.

Pero es que esta vez va en serio. Y el riesgo de que Europa desaparezca empieza a ser más que real. Lo dice Bruselas, lo dicen economista de prestigio de todo el continente (y no solo Paul Krugman) y hasta lo dice Felipe Gozález. Ya sólo queda que lo diga Aznar.

Mientras los europeos se tuestan en alguna playa de la periferia, Europa, y la sociedad del bienestar con ella, se van al garete debido a la incompetencia absoluta de los líderes europeos. Parece que Merkel, junto con sus amiguitos del alma, está decidida a dejar que Europa se despeñe por anteponer sus lamentables y cortoplacistas intereses electorales al bien general de sus ciudadanos a largo plazo.

Por eso pido, ruego, a nuestros líderes europeos, que por una vez en su vida sean capaces de estar a la altura de las circunstancias. No hay más oportunidades. Esta cumbre europea podría ser la última. Sólo cabe tomar soluciones contundentes que resuelvan de una vez por todas la crisis de la deuda (que no es más que la fachada de una profunda crisis política europea).

La única solución para Europa es más Europa, lo entiendan o no los votantes. No hay futuro ni para España ni los países de la periferia sin Europa. Pero, y esto es lo que parece que los centroeuropeos no acaban de entender, tampoco hay futuro para los demás. Sin Europa, Francia y Alemania son insignificantes, dos pesos mosca a merced de China y EEUU.

Y si Europa se rompe, yo me marcho de aquí. A cualquier otro sitio donde haya porvenir. Sí, las ratas abandonan el barco. Pero algo me dice que no me iré sólo. El día que Europa se vuelva sombra de lo que fue, creo que mucha de la gente competente de este continente se marchará a otro lugar en busca del sueño americano (o chino o brasileño), en busca de ese futuro que Merkel nos quiere negar. Ese será el día en que una Europa, ya incapaz de innovar, progresar y competir, se convierta en el asilo de la tercera edad del mundo.


PS: Pero, ¿como puede ser tan cabezota esta mujer? ¿es que no aprendió nada de Helmut Kohl? Algún alemán que me lo explique por favor.

13 de julio de 2011

Te voy a llevar al huerto


Ha pasado una década pero todavía recuerdo como si fuera ayer aquella mítica clase en la que cierto profesor de electrónica muy campechano, ante una pregunta algo enrevesada de una compañera, dijo, inocentemente se supone, esa frase mítica de “¡ay putilla, putilla! tu lo que quieres es llevarme al huerto”. Aunque el profesor se dio cuenta inmediatamente del monumental patinazo no le quedó más remedio que estar disculpándose durante todo el cuatrimestre.

Pero no estoy aquí para vender mis batallitas universitarias, sino para reflexionar de esa expresión tan interesante que es llevarse a alguien al huerto y que por fin he comprendido plenamente. No se me escandalicen que no me he llevado a nadie a ningún sitio. El tema de hoy es que ya tengo un huerto (compartido eso sí). Ahora sólo falta encontrar a quién llevarse, pero la parte más complicada en estos tiempos modernos y urbanos que nos ha tocado vivir está ya solucionada.

Resulta que los alemanes, muy amantes de la naturaleza, la jardinería y el háztelo tu mismo, inventaron hace muchos años los huertos de alquiler, generalmente subvencionados por el ayuntamiento de la ciudad, y cedidos por precios simbólicos a cambio del compromiso de dedicarlos tiempo y tenerlos bien cuidados.

No, no me he vuelto responsable de golpe. Sigo siendo incapaz de cuidar algo vivo que no sea un cactus. Lo que ocurre es que me he apuntado al HortoFunClub de ESOC, qué es un grupo de gente interesada en las plantas y sus derivados, especialmente en su vertiente comestible.

El club acaba de conseguir alquilar para el disfrute (y sudor) de sus socios un huerto junto a uno de los parques más bonitos de Darmstadt y también un pequeño jardín de 300 m2 al borde del bosque.


La huerta es lo más parecido a tener una de esas granjas de Facebook en el mundo real con sus patatas, sus colirrábanos y sus lechugas. Tal vez no dé lo suficiente como para especular en el mercado de futuros de alimentos, sin embargo resulta la mar de entretenido eso de regar las plantas, ver como crecen y finalmente sacrificarlas en una ensalada fresquísima.

Pero es el jardín lo que más me ha llamado la atención. Además de mucho sitio para plantar desde fresas a árboles frutales pasando por rosales y plantas de hierbabuena mojito, tiene una pequeña cabaña y espacio suficiente para poner unas mesas y celebrar picnics y barbacoas. Y todo ello en un sitio tranquilo y apartado de la civilización rodeado sólo de bosque y de otros huertos. Es lo que con dieciocho años uno hubiera llamado el picadero perfecto. Cervezas con los amigotes por la tarde, arrumacos con las amigüitas por la noche ¡anda que no son listos estos alemanes!

Tras preguntar aquí y allá me he enterado que esto no es algo exclusivo de Darmstadt sino que está muy generalizado por toda Alemania. Son muchos los alemanes que, a falta de una casa con jardín, optan por solicitar un huerto para satisfacer esa necesidad vital de encontrar la armonía con la naturaleza arrancando hierbajos. Ahora entiendo que lo que muchas veces confundí con poblados de chabolas no era tal cosa. Parece ser que el uso como picadero es minoritario entre los alemanes, no hace falta huerto cuando te vas de casa a los dieciocho en lugar de los treinta.

En España también se están poniendo de moda (hasta en Valladolid hay un par de ellos). Tal vez sea el momento de empezar a recalificar tanto solar urbanizable abanadonado en zona cultivable. No creo que sirva para sacar al país de la crisis, pero al menos habrá que comer si Europa se hunde y se termina subastando países de la periferia a los chinos para pagar las deudas.

4 de julio de 2011

Punto de inflexión

Hasta ahora nunca había hablado aquí de la vida nocturna en Alemania, como mucho de sus consecuencias. En contra de tópicos y estereotipos la noche sí existe para los alemanes y hasta uno podría afirmar que saben divertirse si sabes donde buscar. Tal vez no quemen las naves cada noche como si la crisis nunca hubiera existido, puede que algunas mujeres cometan atentados eligiendo zapatos, quizás no tomen chocolate con churros o cañas con torreznos al amanecer para poder llegar frescos al brunch de la una, pero los alemanes salir, salen.

Basta con observar atentamente una noche cualquiera para entender que el sistema es el mismo aquí, que en un garito de Madrid o que en una islita de Indonesia. Todo se reduce a la misma lucha fundamental por la supervivencias de los genes que ha marcado los designios de la humanidad desde tiempos ancestrales. Beber, hablar, tontear, coquetear, seguir bebiendo, seducir como paso previo (a veces opcional) a meter el morro, bailar o intentarlo, hacer la cobra con maestría, y, cuando el fracaso y el Sol amenazan con hacer acto de presencia, armarse de alcohol valor y jugar esa última carta desesperada para conseguir el polvo que salva una noche, ya sin listones ni criterio, que los alemanes acertadamente llaman Resteficken (y hasta tienen una canción sobre el tema). En resumen y como dirían los anglosajones, business as usual.

Sin embargo mis últimas observaciones desde la barra del bar (aunque no por ello carentes de método y rigor) me han llevado a descubrir un fenómeno nuevo y posiblemente genuinamente alemán que he dado por bautizar como la anomalía Clérigo-Betamesky (los nombres rusos siempre dan relevancia a los teoremas).

Es de dominio público que la proporción mujeres/hombres, a la que me referiré simplemente como “ratio” a partir de ahora, es siempre menor que uno. Lo saben los que se dejan la piel cada noche en terribles antros buscando el amor. Y lo saben los dueños de los bares que han probado todas las técnicas imaginadas y por imaginar para atraer féminas a sus locales (con la esperanza de que el efecto llamada atraiga hordas de machos y pingües beneficios). Que el ratio decrece a medida que progresa la noche es un conocido corolario de trivial demostración y que dejo como ejercicio al lector.
Escaleras del Centralstation convertidas en terraza de verano

Sin embargo existe una singularidad, una deformación del espacio/tiempo, donde dicha la regla universal no se cumple. El lugar se llama Centralstation y está aquí en Darmstadt. En contra de toda creencia, noche tras noche mis medidas han reportado sistemáticamente un ratio significativamente mayor que uno (más menos dos sigma de error incluido). Si los sentidos no me engañan cada sábado las mujeres dominan el cotarro: en la tarima, en la barra, en el ropero y en la pista de baile. Allá donde uno mira, la mágica relación se materializa.

Cabría esperar que no fuera más que una anomalía temporal que acabará por ser resuelta por la ley de la oferta y la demanda aplicada a un mercado dónde se cumplen las premisas de información perfecta e instantánea gracias al avance de las redes sociales. Pero no. El paraíso se mantiene cada noche siguiendo reglas bien establecidas y rigurosos horarios.

Es en este punto dónde el análisis matemático puede proporcionar una sustancial ventaja evolutiva. Nada es gratis o al menos no para siempre. Y es que el ratio, que en sus momentos de gloria puede superar la barrera psicológica y erótica del dos, alcanza su máximo local y global entre la 1:45 y las 2:00 de la mañana. A partir de aquí empieza una vertiginosa caída que recuerda al Lunes Negro del crack del 29 y puede dejar el ratio por debajo del 0.4, valor  medio de cualquier bar vallisoletano a lo largo de la noche.

Lo importante sin embargo es la segunda derivada. El punto de inflexión. El cambio de tendencia. El mágico momento en el que la tasa de variación positiva del ratio deja de acelerarse para empezar a frenarse. Lo esencial es invisible a los ojos que escribiera Antoine de Saint-Exupéry en el Principito. Pero ese preciso instante, que siempre ocurre a la una y trece de la mañana (¿estamos ante una nueva constante universal?), es el punto óptimo que maximiza los beneficios. La inequívoca señal para arriesgarlo todo o retirarse a tiempo y volver con la dignidad del que ha perdido una guerra pero no la batalla.

Sé que estas revelaciones sorprenderán a más de uno pero mi obligación moral era compartirlas para quien pueda sacar algún provecho. No se olviden del punto de inflexión en su próxima salida. Otros seguiremos hasta altas horas de la mañana haciendo derivadas en la barra (por el progreso de la ciencia) con la tonta esperanza de que las mejores cosas de la vida suelen quedar al margen de las estadísticas.